sábado, 5 de febrero de 2011

Aquellas cartas de amor

Carta 1

Qué obsesión la mía: parece que han pasado meses, años o unos cuantos siglos;
parece que he vivido eternamente entre tus brazos y aún me cuesta no abrigarlos
desde lejos
. Hoy hurgaba aquí, en mi cuarto, tratando de encontrar tus ojos y cada
objeto era una pupila abierta
, un iris como el tuyo que volteaba.

Te tengo tan presente, tan innata, tan llena de todo y cada cosa, de cada instante y de
cada aroma. Aún esas sonrisas me revolotean y no sé cómo o con qué pedazo de ti
misma se revuelcan en mi sien. ¿Será que la dejaste abierta y cuando vuelva le dirás:
“ven, no te vuelvas a alejar”? ¿Y me regañarás hasta besarme y me sermonearás
como a un chiquillo que al final abrazas y contienes?
¿Qué me dirás entonces? ¿Que
tus lágrimas me las llevé en un baúl y sólo esperanzas dejé para alegrarte? 


¿Sabes? A veces platico con la nada, y le comento y le interrogo y le cuestiono y los
muros me miran con asombro.
Y es ese sentimiento de que hay algo escondido o algo
en él que responde a mis reclamos. Al fin tu presencia se ha vuelto indispensable para
todo.

¿Sabes?: Te amo… ¿Qué más decir al viento? ¿Qué más decir al fuego? ¿A quién tus
labios púrpuras, brillando, con un faro han serenado? ¿De dónde emergen los
geranios que cantando en mi mente he imaginado? 


¡Sí!, qué obsesión la mía por quererte y saber que hay algo en ti que a mí me mueve.
Donde estés, donde andes, donde guardes tus caricias, basta un nombre, y es el tuyo,
para ser la más dulce delicia que nutre, fluye y se desvive en mi sonrisa. 


Te amo, siempre.



Salvador Pliego

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