lunes, 14 de noviembre de 2011

Una historia mas

 Existe en la mente humana una inefable atracción por confundir realidad con fantasía, y es que a veces esa fina línea que los separa se vuelve invisible. Es por eso que uno cree lo que ve ignorando lo que siente, fingiendo que todo es real porque así lo dicen; pero quién podría juzgar qué es lo que se esconde en la mente de cada individuo, dudar tan solo de que la locura es una compleja forma de inteligencia diferente nos transforma de forma inmediata en otro paciente mas, otro individuo careciente de cordura, otro loco, otro fragmento perdido de la sociedad. Pero ¿acaso por ser justamente un individuo entre cientos lo transforma en enfermedad? ¿Quién dijo que aquello que todos vemos es realidad? Si la realidad no se basa en cuantos lo crean, sino en que uno lo piense, lo crea, lo sienta.
 Darío tiene treinta y un años; nació un 27 de marzo con los aires templados de comienzos del otoño, su infancia se redujo al cariño de sus padres, creció con los principios básicos y fundamentales de cualquier ser racional, estudio y se recibió con un titulo terciario. Pero como ya hemos dicho, la línea que separa la realidad de la fantasía habría de ser muy delgada para él, imperceptible a sus sentidos agudizados. A los veintiséis años Darío comenzó a sentir que alguien lo observaba, en algún lugar, en cualquier lugar, no sabía quién, como o qué, pero sentía que lo observaban. Con el paso del tiempo esto se torno más y más fuerte, Darío ya no dormía tranquilo, caminaba acelerado, él mismo no se reconocía. Fue internado en un hospital psiquiátrico y categorizado bajo un problema de esquizofrenia, enfermedad que una vez acentuada comenzó a progresar más y más. Los primeros tres años fue estudiado su caso en un centro normal para pacientes leves, pero a medida que los días pasaban todo se tornaba mas turbio.
 Tres años después, un treinta de enero fue trasladado a un centro de rehabilitación mental en el sur del país, completamente aislado de todo lo que podría ser nocivo para su salud. “Es por su propio bien” habría justificado el Dr. Sánchez a sus parientes, “Tiene que sentirse tranquilo, a demás va a estar rodeado de profesionales responsables, gente que estudió para el tratado de los pacientes, a demás puede recibir visitas cuando se sienta mejor, nosotros le vamos a avisar. La salud de Darío esta en manos de personas mas competentes que yo, confíe en ellos, él va a estar bien”
 Diez días después lo trasladaron al sur, el frío del viento (aunque era verano) le helaba los huesos, llego de noche y cansado. “Buenas noches, yo soy Alma” la enfermera se presento ante él, que sumiso se limito a mirarla con ojos tristes y dormidos, hizo un ademán que parecía mas una afirmación que un saludo y la siguió hasta su cuarto custodiado a corta distancia por dos enfermeros mas. Entro en el cuarto y se recostó en la cama sin decir una palabra, pero por mas que su cuerpo este cansado su mente seguía pensando, una y otra vez, sabía que algo andaba mal, algo afuera o dentro de él, algo que nadie podría comprender.
 “Vivir, ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Realmente estoy vivo? Realmente, realmente siento, o creo que siento. Qué me hace sentir vivo, si pensar en mi me hace existir, que otros me vean me hace existir, pero quizá no existo o quizá ellos no existen, existir no es vivir, vivir no es estar presente, que te vean, que te crean vivo. ¿A dónde ir? Dónde pensar que se puede existir, dónde encontrarse con el dolor, la felicidad, o la triste agonía, si no hay lugar que sea real o no hay realidad que se fije en un lugar; Qué es lo que soy, qué es lo que siento en verdad, qué es esto que me atrapa, ¿Dónde estoy? ¿Dónde estoy ahora?” pensaba Darío la tercer noche que pasaba en aquel lugar, “¡¡DÓNDE!!” grito una, otra y otra vez envuelto en un sudor frío que lo acompañaba. Sus gritos alertaron a los enfermeros que entre dormidos salieron corriendo enardecidos y preocupados, ¡Dónde estoy! Gritaba a cada rato, furioso, con miedo y desesperanza, sus gritos salían de lo más profundo de su garganta, lastimaban sus cuerdas vocales y le dejaban una picazón insoportable, pero no cedía al dolor, cada vez más y más, gritaba fuerte y seguido. Los enfermeros nerviosos irrumpieron en el cuarto, dos veces se les cayeron las llaves, los otros pacientes se despertaron, algunos lloraban, otros acompañaban el grito, otros solo se sentaron en la cama y escucharon como si fuera una dulce melodía aquellos estrepitosos sonidos inhumanos. Se abalanzaron sobre él, pero una euforia incontrolable le estaba dando más fuerzas, a penas dos hombres del mismo peso podían retenerlo, lucho de una manera incontrolable, golpeo paredes, piernas, brazos, la sangre de los tres individuos manchaba el suelo. Un cuarto llego a los pocos segundos, un guardia que seguido por otro entraron corriendo y dieron fin a tal forcejeo con un golpe duro en la cabeza del paciente, Darío callo desmayado, golpeó con todo su peso el suelo que resonó fuerte al impactar, esa fría noche de verano ordenaron que cada paciente fuera sedado para que descansen tranquilos, los gritos del nuevo paciente resonaron en la cabeza de muchos hombres durante varios días.
 Darío despertó al otro día, acostado boca arriba, amarrado de pies y manos, con un fuerte dolor de cabeza y espalda, en una posición bastante incomoda en todo sentido. Llamo a alguien pidiendo ayuda pero nadie se acerco, el cuarto carecía de muebles y vida, era todo blanco, no había nada, solo una ventana enrejada y una puerta de acero sólido y grande; intento llamar denuevo pero fue en vano, junto fuerzas y se movió desesperado, pero estaba amarrado con hebillas grandes y correas de cuero puro, sus esfuerzos eran meramente en vano, se sacudió hasta cansarse, le dolía terriblemente su cabeza, el sol se asomaba por la ventana dibujando una moneda en el pie izquierdo de Darío; cerro sus ojos y se entrego al sueño, una vez mas habría de dormirse.
 Un murmullo lo despertó, abrió sus ojos y no vio más que oscuridad, al menos hasta que su vista se acostumbro a aquella penumbra. Se quedo callado, dejo de respirar para oír mejor, pero no se escuchaba ningún sonido extraño, solo la noche y su ventisca helada que silbando afuera se entretenía cual si fuera princesa entre la oscuridad. Ya no volvió a dormirse, solo cerro los ojos y se entrego a la nada, sin fuerzas, sin ganas, sin sueño; de pronto escucho corridas y pasos fuertes, la puerta se abrió de un solo golpe dejando entrar un destello de luz que lo encandilo, tres hombres entraron al cuarto, intento gritar por instinto pero usaron un trozo de tela como mordaza, se movió para intentar liberarse, gimió, abría y cerraba las manos, se crispaba, pero en vano, no podía defenderse, no podía moverse. “Ahora te vamos a mostrar dónde mierda estas vos” escucho sin poder mirar a su agresor, que ni bien termino de hablar estallo con un golpe de mano cerrada en su estómago, seguido de otros en las costillas, piernas y pecho, sin embargo no tocaron la cara ni el cráneo para no dejar marcas tan visibles. Cuando acabaron de golpearlo uno encendió un cigarro, le tiro el humo en la cara mientras sus lágrimas llegaban hasta la nuca, “¿Quién carajo te crees que sos vos enfermito de mierda? ¡Mira lo que me hiciste!” sus palabras amenazantes estaban llenas de odio, intimidaban, pero siempre hablaba en voz baja, “Ya estas en el infierno, pero nosotros vamos a hacer que la pases mejor”. Darío estaba aterrado, su cuerpo temblaba de dolor y debilidad, no durmió en toda la noche, no podía hacerlo, no quería hacerlo.
 La mañana lo encontró despierto, el sol asomo por la ventana y él tenía sus ojos abiertos, hinchados y rojos, aún tenía la mordaza en su boca, le dolía el cuerpo y la saliva le raspaba la garganta seca. La puerta se abrió y asomo un enfermero con una bandeja y el desayuno dentro de ella, Darío abrió los ojos grandes y aterrado se echo para atrás, el enfermero dejo la bandeja apoyada en un banco que había al lado de la cama y se llevo el dedo a la boca haciendo señal de que se callara y tranquilizara, pero sin dudas él era uno de aquellos individuos que la noche anterior le habían golpeado. No había odio en los ojos de Darío, solo miedo, miedo porque él no tenía maldad, miedo porque él nunca quiso hacerle daño a nadie, no sabía porque estaba ahí, no sabía que hacía ahí o quién lo había llevado hasta allá. El enfermero llevo un vaso con agua a la boca de Darío, con mucha desconfianza comenzó a beber, pero la sed era insoportable, se tomo el vaso entero hasta hartarse, el guardia lo observaba con falsa piedad, le dio de comer mientras le hablaba de todo lo que pasaba y hacían afuera, en donde la gente “normal” vivía. Pero Darío lo miraba con recelo, todavía le dolía el cuerpo y ese dolor le demostraba que todo había sido real, que él era real, que ellos eran realidad, su mirada comenzaba a cambiar, pero el enfermero no lo notaba. “¿Como te llamas?” le pregunto Darío, “Me llamo Fernando” le dijo, luego le hablo de otras cosas, su acento era burlón, ofensivo para cualquiera, y aunque no era directo pretendía intimidar. Al final de la charla Fernando se acerco y le dijo al oído “Si le decís algo a cualquier otra persona de lo de anoche, te morís, y no va a ser lindo, creeme.” Después se fue sin decir otra cosa.
 Esa misma noche se repitió lo de la noche anterior, la golpiza, las amenazas, el dolor, el llanto, la represión. Pero lo que los guardas no sabían es que poco a poco iban alimentando a un animal que cada noche crecía un poco mas. ¿Quién puede decir lo ofensivo o inofensivo de la vida? Nadie se atrevería a portar la verdad en sus manos, y si alguien llegara a sostenerla, todo se volvería un desastre. La gente actúa, actúan constantemente, es por eso que las cosas son así de ordenada. Imagínense cuarenta millones de locos diciendo lo que piensan, cuarenta millones de individuos a los que no les importa lo que digan, cuarenta millones de enfermos que sienten lo que hacen, cuarenta millones de personas que no dudan, pero piensan. Al fin y al cabo ¿qué es la locura? Solo una palabra para definir lo indefinible, lo extraño, lo sublime en ciertos casos y lo vulgar en otros.
 Darío se había ingeniado para aflojar la hebilla que amarraba su mano derecha, aunque estaba dolorido y cansado su odio le daba fuerzas, movió con esmero y firmeza su mano hasta que pudo safarse, una mano libero a la otra y las dos los pies, una vez libre se levanto con cuidado, pero estuvo diez días acostado, golpeado y casi sin comida o bebida, tuvo que tener mucho cuidado al pararse y al caminar, poco a poco fue recuperando la movilidad, caminaba quince minutos y se volvía a acostar, se amarraba él mismo con cuidado que no se note su libertad, por las noches recibía sus indeseables visitas, soportaba los golpes y las quemaduras con el cigarrillo hasta que se iban, se volvía a levantar y caminaba un poco más. Había estudiado bien los sonidos del lugar, conocía cada ruido, cada minúscula señal de movimiento, preparo todo, rompió el banco sin que nadie se de cuenta, una varilla de 10 centímetros de largo, la aplasto con los pies, le dio forma y punta, trabajo con tanto esmero y dedicación, cualquier otra persona creería que en otra vida hubiese sido herrero, pero no era tal cosa. Simplemente la mente humana, al igual que la pólvora, explota con la presión, simplemente Darío había encontrado el potencial de su locura. Ya no se sentía observado, se sentía acompañado, hablaba con aquella sensación de que alguien mas estaba ahí con él, alguien mas que lo ayudaba, que lo miraba, que le respondía sin hablar, que quería justicia y venganza. Trabajo tres tardes seguidas planeando cómo iba a vengarse, los mataría, con cautela, sin que ellos se den cuenta que iban a morir, y cada noche esperaba ansioso que entren en su cuarto a golpearlo, lo sentía, sentía que el dolor le daba fuerzas, que el odio crecía, se sentía vivo, extremadamente vivo, quería ver la cara de los demás, quería ver sus manos manchadas con sangre de Fernando y sus amigos.
 Comenzaba febrero, el primer día, un hermoso día para Darío. Espero con ansias toda la tarde, tenía todo planeado, no pudo cerrar ni dos segundos los ojos, movía las manos para todos lados, se levantaba, caminaba y se volvía a acostar, miraba el sol por la ventana, y aún peor fue cuando ya había anochecido. Acomodo las sábanas de una forma que pareciera que estaba durmiendo, él se escondió detrás de la puerta, se sentó a esperar “Ya están por venir” se dijo, pero no, no oía nada. Se desespero, camino acelerado, un mes soportando todo esto y ahora no se presentaban, ¿Acaso no vendrían? No, no, no, no podían no presentarse, se llevo su cuchillo casero a la cintura y se asomo a la ventana. Exaltado escucho unos pasos, ¡SI! Grito para sí mismo, se escondió en lo mas oscuro y espero, tomo el banco por una de las patas traseras y espero, se sentía fuerte, extremadamente fuerte. Los pasos se hicieron presentes y la puerta se abrió de golpe, luego la cerraron y se ubicaron en las mismas posiciones, como si todo fuera un ritual, Darío sintió su corazón presionando su sien, “esperá, esperá....” se decía “¡AHORA!” Con un golpe certero en la nuca de uno de los enfermeros logró desmayarlo, los demás se alertaron pero solo eran tres, el segundo también fue derribado sin mayores problemas, solo Fernando quedaba en pie, Grito con todas sus fuerzas pidiendo auxilio, pero era preso de su propia crueldad, el cuarto donde estaban fue construido para aquellos pacientes que nunca dejaban de gritar, ningún sonido entraba, ni salía. Sin embargo Darío se había hecho amigo del silencio y los fantasmas del viento, él los oía, el oía el llanto de la noche, y esa noche escucharía el grito de la venganza. Con su cuchillo casero apuñalo trece veces a Fernando, nunca dejo de mirarlo a los ojos, le encantaba, sonreía al hacerlo, casi que reía, ¡VIVO! Estaba vivo, y se sentía bien. Cuando termino con el cuerpo de Fernando siguió con los otros dos, paso toda la noche desmembrándolos, acomodando de tal forma los cuerpos que pareciera que descansaban, en el banco, en la cama, en la ventana.
 El día lo encontró nuevamente despierto, todo el cuarto blanco estaba manchado de sangre, por todos lados, estaba gustoso de su trabajo, pero pronto surgió otro problema, ¿qué haría ahora? Ya no sentía odio, se sentía bien, pero pronto comenzó a sentirse triste, ya no podía planear nada, ya no tenía sentido, había logrado lo que se propuso con tanto esmero y lo había hecho bien. Decidió que ya no había mas nada, su vida había llegado a la cumbre y no podía ascender más. Le dio fin a todo, se hizo un nudo en el cuello con las sábanas, luego la amarro a las rejas de la ventana y se dejó caer, todo su peso presionaba la garganta con firmeza, no luchó por liberarse. Pronto se olvido de respirar, esa madrugada de febrero, junto a los otros cadáveres, Darío dejo aquel mundo en donde nadie lo comprendía, las voces del mundo callaron para él, y por fin descanso en paz. Darío había encontrado su vida dentro de la muerte, él había ido mucho más allá que unos tantos y por eso le habían dicho loco miles de veces.


Ramiro Ariel Privato

1 comentario:

Anónimo dijo...

Exelente Rama..Me encanto y lo sabes.