"-Estos seres tienen algo muy parecido a usted milord, ¿Sabe?- Él irrumpió en mis pensamientos, ya me había olvidado de su presencia o quizás me había acostumbrado a que esté y no esté.
-¿De verdad?- Me asombré- ¿y qué es aquello que compartimos o padecemos?- Los miré, me enfoque en uno que yacía sentado en una roca, la mirada al suelo como perdida, en su propia ceguera, sus alas simiabiertas se recostaban sobre el polvoroso suelo ya tomando un tinte grisaseo, su cabello oscuro y lacio en contraste con su piel pálida como un papel y suave como la seda, ¿Qué semejanza podríamos tener aquel fascinante ser y yo?
- Sencillo y complejo, ninguno de los dos puede llorar- Dijo, sencillo y complejo, que contrastes tan bien adecuados.
-Puede ser- le repliqué- pero ¿por qué razón?-
-Él porque no sabe, no esta en su naturaleza. A usted simplemente se le han acabado las lágrimas- Comprendí entonces la crueldad de esa frase tan real, se me habían agotado las lágrimas hace mucho tiempo y todo el dolor que uno expulsa llorando lo mantenía adentro mío, me destruía lentamente pero se me hacía meramente imposible desligarme de todo eso, un dolor agudo y brioso palpitaba dentro mío, ¿Quién podría explicarlo? Si la soledad no cabe en las palabras; si hay pasillos que no tienen fin, ni habitaciones con una salida. Aquellos seres, aquellos ángeles eran iguales a mí, y yo iguales a ellos...
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